RESONANCIAS
Me vais a disculpar por la analogía musical, pero es que hoy, según salía de la Sala de Fotografía Sargadelos donde expone desde el pasado sábado Roberto Alonso, mi primer pensamiento tuvo forma de sinfonía de Vaughan Williams. Y es que el espíritu resuena con la belleza. Con distintos tonos y afinaciones según la tesitura de cada individuo. Se me dio por pensar que quizá aquellos arrebatos místicos que los ascetas atribuyen con convicción a la intervención divina, se podrían justificar sin necesidad de dogmas y artificios teológicos como el misterioso efecto de una resonancia estética. Al fin y al cabo, para acceder a la experiencia estética, han de propiciarse solo dos circunstancias:
- Espíritu y objeto artístico deben de entrar en sintonía, por aproximación en el espacio y tiempo donde se produce la manifestación artística (inevitable el concurso del cuerpo cómo facilitador del aquí y ahora necesario para el encuentro)
- Mitigar los perniciosos juicios con los que la razón intentará atenuar los impulsos y vibraciones de la emoción (piénsese la razón como la sordina del espíritu).
Discurro por el camino de qué forma podría describir lo que acabo de experimentar en la Sargadelos y la palabra “resonancia” me sigue pareciendo la mejor opción. Si, la fotografía de Roberto Alonso es serena y de resonancia tranquila. Desde luego, podría entretenerme en alabar la profundidad de los negros de su fotografia, o la sutileza esquemática con la que dibuja algunos de sus paisajes y escenas, pero me estaría quedando en la superficie de la experiencia, justificando con análisis formales y filigranas de la razón aquello que se fácilmente se explica como una resonancia espiritual. La intensidad de la imaginería de Roberto es emocional, es su capacidad de provocar resonancias del espíritu la que me sitúa asombrado ante sus fotografías. Hago un sencillo experimento: me siento durante varios minutos ante la imagen de uno de sus paisajes marinos, de aquel donde la línea del horizonte exageradamente baja resiste con firmeza ante el peso amenazador de una atmósfera atormentada. Me presento sólo ante la imagen, desprovisto de argumentos de la razón, y me dejo invadir por la escena, hasta que un profundo y grave ostinato de la escena, provoca una misteriosa resonancia en mi interior. Ese es el efecto de su fotografía y justificación de mis analogías sonoras.
Son indudables los atributos visuales de la fotografía de Roberto y la contenida sobriedad de sus composiciones son difíciles de encontrar en otros autores, pero me resisto a que la razón se adentre en un territorio que por derecho conquistó el espíritu. Fotografía sin sobresaltos, de gradaciones tonales y emocionales. Imágenes sin aristas, por donde el espíritu se desliza siguiendo la curvatura del espacio y del tiempo. La fotografía de Roberto Alonso es la frontera donde se encuentran lo material y lo espiritual, el plano de luz y sombra donde la razón sucumbe ante el asombro de la intuición, el espacio único y misterioso donde un fatuo temblor de luz se agita insolente ante la solemnidad de faro que se asoma trascendente ante la inmensidad de la roca y del mar.