Paisajes sin horizonte, intersecciones y laberintos delineados en blanco sobre el duro gris del asfalto, transeúntes vencidos por el peso de sus sombras, miradas interrumpidas en los límites del marco, planos inestables sobre los que se proyectan fractales y cuerpos, inesperados encuentros de volúmenes, segmentos y colores, caprichosas formas con las que se alinean los puntos para delatar un descuido, un abandono…

En la calle las imágenes se insinúan con desafiante descaro a la razón y el fotógrafo apela a una intrépida sintaxis: metáforas de las sombras, retórica de la luz, relatos cortados sobre la página en blanco con una caligrafía quebrada de aristas, signos y advertencias; la intuición explora la rigurosa cuadrícula donde movimiento y albedrío se detienen, y encuentra salpicada en el pavimento la exclamación rebelde del vómito incontenido.

Territorio rastreado por la mirada oblicua y audaz: ritual cotidiano de solados y paramentos, despiadada arquitectura del hierro y rudeza del cemento, memoria amordazada entre adoquín y mortero, márgenes de un río seco por los que transitan vanidosas efigies y a cuyas orillas languidecen las corazas oxidadas de ingenios formidables. La épica de la calle se nos revelará en el caos, en un irónico relato por el que transitan desconocidos sin rostro, figurantes sin pasado e ignorantes capturados entre los cuatro segmentos: ellos nunca alcanzarán a comprender la lógica del fragmento.

Blas González