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A Lagoa Ausente

    NO PERDAMOS LA MEMORIA

    La memoria de los pueblos construye las leyendas que destruyen quienes han perdido la memoria. Solo se olvida lo que el desamor, por motivos casi siempre espurios, ha sentenciado. Olvido es el nombre de todo lo que ya no existe para nosotros.

    Recorro la Laguna de Antela de la mano de mi abuelo, leyendo las reflexiones de mi madre y escuchando la música de mi hijo Brais. Esta historia se me ha vuelto una historia de familia que aglutina varias generaciones: la que no necesitaba recordar porque veía, la que empezó a perder la memoria y la que ha tenido que desandar el camino para volver a recordar. Nuevamente el “río del olvido” se ha apoderado de nuestras memorias. Estos “Cadernos da Limia” servirán como reivindicación de un recuerdo que el olvido ha convertido en un preocupante lapsus de la identidad.

    Por este camino peregrinan mis pensamientos, semejantes a los de los habitantes de la zona divididos entre la nostalgia y los intereses económicos. La pérdida de este ecosistema con un alto valor ecológico, unido a un mundo cultural y emocional de valor incalculable que formaba parte esencial de la identidad de los habitantes de la Alta Limia y que afecta, tanto a las leyendas e historias locales como a la propia biografía de las personas que allí habitaban, bulle en el ambiente.

    En todo el asunto hay algo que inquieta: una extraña relación de memoria, olvido, ausencia, frustración, lamento que de alguna manera se ha intentado recoger en las imágenes. En mis paseos por la Limia, un día pude visitar una zona que aún conserva la vegetación y la topografía original. Me he emocionado al recorrer esa parcela, al volver a pisar aquella tierra seca y arenosa; el sonido y la textura me ha transportado a mi infancia, y al recuerdo de lo que en aquellos años me pareció un paraíso, que descubrí de la mano de mi abuelo.

    La música de Brais González que acompaña a este trabajo, como una banda sonora para una tragedia épica, conduce la narrativa al compás de tres breves movimientos que enfatizan los momentos más dramáticos de esta historia fallida.

    La primera sección se inicia con la imagen del resto arqueológico más antiguo que se conoce: la “Piedra Alta de Antela”, de la que tomaría el nombre la Laguna. Las fotografías siguientes presentan una imagen velada en la que parece adivinarse la forma de la Laguna, en realidad es una explotación arenera, y continúa con una evocativa visión de la vegetación endémica de la zona. La música es idílica. La ocarina que suena crea un ambiente primigenio. La transición entre las imágenes es suave. Ninguna de las aportaciones muestra elementos que denoten la presencia humana.

    La calma se rompe de forma brusca, y un “tambor de ejecución” advierte y marca la agresión. Al ritmo de la música, las imágenes se van sucediendo de forma violenta. La mano del hombre y la industria se hacen visibles en cada imagen. Las fotografías doblan en número a las de la sección anterior y el pasaje se cierra con una visión amenazante de los cajones de madera empleados en la recogida de la patata. Dos coros de voces se oponen: el lamento de la Laguna y un rotundo ‘ostinato’ que repite la palabra “Antela”.

    Se cierra la sección con tres imágenes desoladoras. El ritmo bélico de la música persiste, y una gaita que suena desgarrada en el fondo recuerda la conexión que había entre la tierra y la identidad cultural del pueblo. ¿Aún es posible la esperanza?

    Y todo centrado por los textos que mi madre escribió en 2013, nuevamente la paradoja del “esquecemento”, cuando su memoria comenzaba a fallar. Tres folios de reflexiones en torno a la Laguna, sin mucha estructura y, en ocasiones, con frases difíciles de entender; pero conmueve pensar cómo en los recuerdos de mi madre se manifiesta la Laguna, antes de desaparecer su memoria en la oscuridad del olvido. No en vano, Pepe Gándara, erudito y conocedor de la zona, comentaba: “Existe una memoria natural de aquellos que vivieron y sintieron la Laguna, y otra memoria, como artefacto cultural que hemos fabricado a partir de documentos, testimonios y fotografías. La primera está sentenciada, igual que la Laguna”.

    Ya nada será igual por las tierras de la Limia. La memoria en manos de la osadía, como efecto de un desconcertante veredicto, se vierte en la leyenda de Antioquía que ha pasado a ser ya pura elegía: un lamento por lo que fue. A veces las historias se llenan de reclamaciones insistentes, aunque parezcan imposibles. Para ser nosotros mismos. también en la Antela, necesitamos recobrar la memoria.

    Blas González