MUERTE DEL AUTOR
Es el título de un pequeño escrito de Roland Barthes que se ha convertido en lectura obligada en los estudios de grado de cualquier disciplina artística. Aunque el enfoque del filósofo francés es literario y los argumentos lingüísticos, se ha tenido a bien extrapolar sus reflexiones a todos los ámbitos de la creación. Resumido al extremo, Barthes declara que el concepto de autor es a mayor beneficio de la crítica, que se entretiene indagando en la biografía, la historia y la psicología del creador los antecedentes de su obra literaria. Acotando los límites del significado en tan estrechos precedentes, la crítica reduce el papel del lector al de agente encargado de decodificar el sentido que el Autor-Dios ha infundido en su obra. Augura Barthes que, si idealmente eliminásemos la figura del autor, la literatura se convertiría en escritura y, desde una perspectiva lingüística, sería una estructura vacía que cobraría sentido sólo cuando fuese enunciada o declamada por el lector. Concediendo tal privilegio al lector, se consumaría la defunción del autor como señor y dador del significado.
Aunque Barthes no se refiere explícitamente a la fotografía, este texto aparece citado con frecuencia en ensayos, análisis y artículos críticos sobre el medio. Las correlaciones entre el “yo” sujeto que se pronuncia en un predicado lingüístico y la “mirada” que se proyecta sobre el sujeto fotografiado resisten sin dificultad una primera comparación -incluso el grado de competencia sobre el significado que lector y espectador desempeñan sobre la obra leída y contemplada-, sin embargo, no son tan obvias las analogías y el modo en que se articula la relación que novelista y fotógrafo establecen con la realidad. Así en el argumento de Barthes, el “yo-narrador” literario puede ser un sujeto ficticio que el lector reemplaza durante la “performance” de la lectura. La ausencia de un referente directo a la realidad en el relato de ficción -o al menos, la certeza de que exista-, habilita al lector a ocupar el aquí y ahora de ese “yo” durante la lectura (su lectura), incorporándose a una experiencia inmersiva en el relato desde la singularidad de su propio pasado, su propia biografía y su propia psicología.
¿Puede, sin embargo, el espectador desplazar la mirada del fotógrafo con la misma fluidez? Ante una fotografía el espectador solo puede constatar lo que otra mirada ya contempló. Es la presencia de esa mirada tan intensa, que ni por anonimato puede el espectador ocupar el espacio “vacante” que queda tras la cámara. La mirada del fotógrafo siempre está ahí y es irremplazable. No importa cuánto se manipule o intervenga la fotografía, el substrato que la vincula a la realidad y a la mirada original permanecen en el espacio y en el tiempo. La conexión entre el aquí y ahora de la toma fotográfica y el “eso-ha-sido” de la representación se mantiene inalterada con independencia del dispositivo que se elija para presentarla al espectador, dificultando la aparición de un espacio ficticio que el espectador pueda habitar. Al contrario que la literatura, la fotografía no es performativa, existe con independencia de la mirada de espectador. La fotografía es una declaración de la realidad registrada por el fotógrafo, y la intervención del espectador sobre los parámetros de recepción no altera el principio de causalidad que sostiene todo acontecimiento fotográfico. No niego la soberanía del espectador sobre el significado, por penetrar las fisuras y ambigüedades sobre la que se construye el mensaje (sin código) fotográfico, ni considero que la fotografía sea un medio transparente a lecturas que trasciende la realidad representada. Pero me resisto a cuestionar la independencia de la obra fotográfica de circunstancias personales e históricas que relacionan durante el acontecimiento fotográfico al autor con la realidad. Si en el relato literario lo ficticio habilita una experiencia “virtual” de realidad al espectador, la realidad sobre la que se sostiene lo fotográfico solo permite incorporar al espectador a un espacio de conocimiento o imaginación. Toda creación artística existe por la voluntad y la intención de un autor, pero la imagen fotográfica esta penetrada por la mirada del fotógrafo, no sólo por la persistencia con la que se encadena con el referente, también por la necesidad y compromiso que los fotógrafos tienen de preservar y trascender su realidad.