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THE SECRET


Texto para participar en la publicación “The Secret of Robert Frank”. Una propuesta de Eduardo Ponce en la que se invita a descubrir el secreto que se encierra en la historia de un fanzine creado a partir de una selección de fotografias de los Americanos de Robert Frank.

Nunca pude saber los nombres de todas aquellas personas, ni conocer con certeza donde se encontraba aquel lugar maldito, pero la misma tarde en que murió Wilson B. Wright yo recibí aquella carta misteriosa, en la que mediante una selección de fotografías de Robert Frank, se anticipaban unos acontecimientos que aún habían de suceder. Estampada en el sobre, la diminuta figura en tinta de una mujer. En el interior, una misiva en la que se me invitaba a descubrir el terrible misterio que encerraba esta secuencia de imágenes.

Era una muerte anunciada. Aunque las sospechas iniciales señalaban a Rufus, el alocado hijo del gobernador insistía que aquel día se encontraba “trabajando” en las granjas que la familia explotaba en la carretera de entrada del condado, y nada tenía que ver en el asunto. Era muy habitual la indolencia con la que se conducía el muchacho y sus continuas ausencias del despacho exasperaban a su padre, quien tenía que lidiar con todo el trabajo. Pero lo cierto es que nadie había visto a Rufus ese día.

Ningún blanco asistió al funeral de Wilson al día siguiente y las noticias locales apenas mencionaron la brutal paliza que acabó con la vida del granjero de color. Todos los hombres de la “Sociedad” se congregaron a esa misma hora en el bar, como si nada hubiese sucedido. En la rocola sonaba “I’m moving on” en la voz de Hank Snow. A pesar de la música, el ambiente estaba cargado y la tensión era evidente. A la mañana siguiente, la corona fúnebre que adornaba la tumba de Wilson apareció pateada.

La desconfianza y el recelo se habían instalado entre la comunidad negra de aquella pequeña comarca rural. El gobernador no podía ocultar su preocupación y se mantenía circunspecto y pensativo en las veladas de sociedad a las que su mujer tan aficionada era… Nunca quedó demostrado, si la muerte un par de semanas después de Joe Peabody sucedió para vengar la muerte de Wilson, o quizá la provocaron los insultos racistas con los que el viejo borracho solía increpar a los temporeros que venían a la cosecha del guisante. En los locales de la zona, un obstinado silencio enmudeció todas las rocolas, que se empeñaban en el banal glamour de sus luminarias. Entre las sombras, la gente escudriñaba cualquier movimiento extraño en la oscuridad.

Durante aquel tiempo la vida del condado se detuvo. La gente permanecía oculta, buscando las sombras, quizá demasiado temerosos para mostrarse a plena luz del día. Las sociedades más frágiles siempre sucumben bajo el miedo, que en esta ocasión se cobró una nueva víctima: el mismo Rufus. Tan solo sus padres velaron el cadáver. Este vacío era el peaje del rencor rancio que sigue al odio, donde se alimenta la semilla de la fe en lo invisible. ¿Cómo el humilde y el poderoso pueden pronunciar un mismo credo? En verdad os digo, que es tan pesada la cruz de paja para un pobre, como lejana la promesa de salvación para un rico. Así ha sido, es y será.

A unas cuantas millas del pueblo, en un bar de carretera, trabajaba desde hace unos meses Nora, la hija pequeña de los Wright. Su hermano Wilson la había enviado allí, en un intento de ocultar a la comunidad evangélica el escándalo de su embarazo de soltera. Al ritmo de un blues de Memphis Minnie, el nieto ilegítimo del gobernador despertaba de la siesta en una cuna pobremente improvisada en el suelo. Las incertidumbres del presente apenas dejaban tiempo a Nora para preocuparse por las lúgubres perspectivas del futuro de su hijo. Para ella, el sueño americano siempre había sido una fantasía alejada de su realidad, una entelequia con la que adornar los discursos de los Fundadores de la Nación, un mito de igualdad de oportunidades que poco tenía que ver con la alienante estampa que uno podía contemplar cada día con tan solo subirse al tranvía: desde las ventanillas del vagón, los viajeros contemplaban, entre escépticos y cansados, como el cotidiano ir y venir de sus vidas no los llevaba a ninguna parte.

En el sueño americano de Nora, era posible amar a Rufus. Creyó que la fortaleza de su amor podría ser un argumento convincente para doblegar las intransigentes consideraciones de la moral puritana y las hipócritas mezquindades de una sociedad polarizada por el color de la piel. Soñaba en que, bajo un mismo cielo estrellado, los caminos de todos los americanos discurrían en paralelo, avanzando hacia un destino común. No era capaz de imaginar cuan alejados estaban unos americanos de otros: si, contemplaban el mismo desfile, pero desde realidades totalmente diferentes.  Ni despertando de su sueño, Nora llegó a sospechar jamás como en los oscuros telares del poder, se había tejido su destino y el del pequeño Charlie Rufus Wright.

Cuando el gobernador supo de la relación de su hijo con Nora, se pusieron en marcha los mecanismos de extorsión económica. Wilson no podía permitirse perder la granja, pero vislumbró una oportunidad de chantajear al poderoso, aunque para ello debería de mantener alejada a su hermana, protegida contra cualquier intento de represalia. El chantaje irritó al gobernador, quien decidió ir un paso mas allá, trayendo de New York a los infames “Turkeys of Death”, quienes gozaban de cierto predicamento en la resolución “silenciosa” de este tipo de situaciones. La presencia inoportuna de Joe Peabody, cuando los tres sicarios trataban de convencer a Wilson B.Wright, lo convirtieron en un incómodo testigo y provocaron un efecto colateral. Sin embargo, nunca sabremos la razón de la muerte de Rufus. El gobernador rehusó obstinadamente en pronunciarse al respecto, y tampoco puso demasiado empeño en localizar a Nora en las semanas que siguieron.

En el sobre marrón encontré un fanzine con unas fotografías en blanco y negro, que “narraban” visualmente esta historia. Quién lo preparó tuvo la precaución y el ingenio de no delatar a los personajes, ni identificar los lugares donde transcurrieron los hechos, pero dispuso y entrelazó las imágenes para que se creara un continuo narrativo, que me sacudió desde el primer momento, y que me reveló poco a poco esta terrible historia. Solo me quedaba contarla y descifrar el epílogo con el que concluye este cuaderno de fotos: son muy inestables los caminos que conducen al júbilo y la exaltación, con frecuencia cimentados en falsas promesas, absurdas convicciones o la abnegada fidelidad al color de una bandera. Con no poca frecuencia, los méritos de quienes tan sonoramente proclaman sus éxitos poco tienen que ver con la ética, la dignidad o la inteligencia. Es muy estrecha la distancia que separa la ambición que ilumina una exclamación, de la sombra de dudas que proyecta una interrogación.