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4Compases

  • Ulrike Haage

  • Tomás Marco

  • José Zárate

  • Gustavo Díaz Jerez

  • Leif Segerstam

  • Cesar Camarero

  • Mauricio Sotelo

    “Nunca miramos solo una cosa; siempre miramos la relación entre las cosas y nosotros mismos”

    John Berger

    La cita está incluida en “Modos de ver”, uno de los textos fundamentales de la teoría del arte y la comunicación visual, donde Berger reflexiona sobre los mecanismos de la percepción y el significado de las imágenes. La mirada no es un acontecimiento aislado, está influida por que todo aquello que vemos al lado del sujeto observado, pero también por lo que hemos visto, sabido y sentido antes de ese encuentro visual. Pero no siempre somos conscientes de estos mecanismos y ninguna teoría es capaz de establecer la magnitud exacta de aquello que la intuición sospecha: El significado de una imagen se construye en la mirada de cada espectador.

    El germen de este proyecto tiene que ver con dos ideas presentes en el breve ensayo de Roland Barthes “Retórica de la imagen”. Aquí el francés establece dos planos de significado en la imagen fotográfica: el primero, no codificado, constituido por lo que la imagen muestra literalmente (mensaje denotado) y el segundo que se conforma sobre los valores simbólicos que se codifican en la representación visual (mensaje connotado). Mientras que el primero es perceptivo, el segundo cultural y depende de los distintos saberes que el espectador moviliza cuando contempla el mensaje denotado. Barthes también reflexiona sobre la relación entre la imagen y el mensaje lingüístico del texto que acompaña a la imagen publicitaria, y atribuye a este último las funciones de anclaje y relevo: la primera fija el significado escurridizo de la imagen en un sentido, mientras que la segunda complementa aquello que la imagen no alcanza a transmitir. Barthes sugiere la idea de un tercer sentido, “obtuso”, que escapa de lo obvio y para el que cualquier intento de denominación se agota ante la falta de palabras.

    Esta serie fotográfica no aspira a demostrar si la música puede constituir ese metalenguaje que Barthes reclamaba para describir los escurridizos significados connotados en la imagen, antes bien pretende establecer un dialogo paradójico: por un lado, la fotografía, mensaje sin código, se enfrenta a la notación musical, símbolo puro. El compositor reacciona ante una imagen propuesta, de la que no ha recibido ninguna información, con una composición manuscrita; la mirada del autor trasciende lo literal y se posa sobre la experiencia emocional de lo observado. No hay posibilidad de describir literalmente y la obra compuesta destila las emociones de la imagen contemplada y se abre un espacio para lo inesperado:

    “..en la medida en la cual nos fuimos comunicando, una idea musical muy clara (para teclados) fue surgiendo en mi mente. Sin embargo, apenas me llegó esa foto, instantáneamente borró esa idea por completo y la reemplazó por una pieza para número indeterminado de voces y electrónica. El golpe fue de una contundencia implacable y, ante eso, nada hay por hacer… ¡excepto componer!”

    Rodolfo Acosta 


    Otra de las paradojas de esta conversación entre lo fotográfico y lo musical proviene de los 4 compases que limitan la expresión del compositor. Del mismo modo que el acto fotográfico aísla en el rectángulo del encuadre un fragmento de espacio y tiempo, el lenguaje expansivo de la música ve restringido su discurso a una diminuta célula de melodía o ritmo. No es en ningún caso un mensaje interrumpido, es el pensamiento musical que reacciona ante la imagen sin retórica ni adjetivos.